Cuestión de valentía y de pobreza.
“Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a
vuestro Dios…” Así comienza hoy a interpelarnos la Palabra de Dios por medio del
profeta Isaías. Y con ello nos deja claro que la fe no es para cobardes, para
aquellos que sólo se fían de su criterio o sólo encuentran seguridad en “el
terreno conocido”, en lo de siempre. Resulta igualmente curioso, que en la
laboriosa curación del sordo que hoy nos narra Marcos, la única palabra
pronunciada por Jesús sea “Effetá”, esto es, “¡ábrete!” ¿Quién dijo miedo? Un
cristiano no debiera… y sin embargo somos tan pusilánimes y apocados… ¡ay Dios
mío, si de verdad nos fiáramos de ti cambiaría el mundo! Ocurriría lo que
profetizó Isaías, los cojos andarían, los ciegos verían, los sordos oirían y la
lengua de los mudos cantaría. Si nos abriéramos a ti, si echáramos tantos
fantasmas como dejamos que nos pueblen, si expulsáramos tanto criterio vano y
superfluo; si no nos dejáramos poseer por el capricho y pensáramos más en quien
tenemos al lado. Nos falta valor, Señor.
Pero donde nos puede la fe, donde de verdad se nos hace difícil y
desbarramos mucho, es en aquello que hoy le pide Santiago a su comunidad: “No
juntéis la fe en nuestro Señor con la acepción de personas”. No os fijéis sólo
en los que van bien vestidos, no os juntéis siempre con el chico/a guapo y
bienoliente… no miréis tanto el caparazón, ¡eso es de cobardes! Mirad el
corazón. “¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos
en la fe y herederos de su reino?” Pues sí, Santiago, llevas toda la razón. Ahí
también patinamos, nos dejamos llevar de lo lindo por las apariencias, por las
simpatías, por aquello que nos resulta fácil de creer, de pensar y de hacer; por
complacer a aquellos que me devolverán luego el favor, por sonreír a aquellos
que me devolverán la sonrisa. Y eso, Dios mío, nos aleja bastante de heredar tu
reino, porque estamos demasiado ocupados en montar bien el nuestro. Abrámonos al
hermano pobre y desamparado, seamos capaces de salir de nuestras seguridades y
de hacer algo por los demás, de transmitirles el rostro misericordioso de
Dios.
Víctor Chacón Huertas, CSsR
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