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viernes, 21 de septiembre de 2012

COMENTARIO A LA PALABRA, DOMINGO 23/SEPTIEMBRE


Comentario a la Palabra

Domingo XXV del T. O. (23 de septiembre de 2012)
No seáis envidiosos, mirad más bien, a Dios.
Dicen que la envidia es el único de los siete pecados capitales del que no se obtiene “provecho” alguno, que sólo se padece. De los otros mal que bien, algo nos atrae y nos hace caer; pero en este pecado concreto sólo obtenemos amarguras y sufrimientos. Y sin embargo, ¡está a la orden del día! La Palabra de este domingo nos pone frente a estas actitudes que son la envidia y la lucha de poder, el buscar el puesto primero, destacado, de honor…
El libro de la Sabiduría nos recuerda la actitud de los impíos frente al hombre justo: les resulta incómodo porque se opone a lo que ellos hacen, les repugna su sola presencia porque ésta señala (aun sin quererlo) sus pecados y desmanes, se opone a sus acciones, tiene otro criterio… el de Dios. Qué aversión tan humana esa de rechazar a todo aquel que muestre mi fragilidad, que me corrija, que me enseñe que está mal lo que hago, que hay una vía mejor para obrar… hace falta humildad por las dos caras: de un lado para dejarse corregir, para admitir la propia debilidad; del otro para enseñar sin humillar, para mostrar el error sin condenar. Lección aprendida, ante la próxima persona que me nazca espontáneo criticar y desacreditar, me fijaré primero en si no me señala algo que me resulta muy molesto de mí mismo y en lo que aún he de crecer. No podemos caer en la actitud soberbia de los impíos que se creen con derecho a poner a prueba a los demás y condenarlos, ocupan el puesto del Dios, pero no conocen su misericordia. Actúan desde las vísceras, no desde el corazón.
Santiago en su carta nos lo clarifica aún más: “Donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría es amante de la paz, comprensiva, dócil, sincera…”. Pero de una sinceridad que nunca buscar ofender ni “echar en cara” nada. No podemos buscar la paz y sembrar rencillas. La raíz de este desorden –según Santiago- está en que “Codiciáis lo que no podéis tener. Ambicionáis algo y no podéis alcanzarlo (por vosotros mismos). Y no tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones”. Es decir, nunca una oración puede estar centrada en quien pide, sino en Dios –a quien va dirigida- él sabe ya lo que necesitamos, unamos nuestra voluntad a la suya, nuestro querer al suyo, nuestra oración a su Palabra.
Y su Palabra de Vida, su Evangelio, nos habla sin rodeos aunque andemos distraídos como los discípulos, sin entender y con miedo a preguntar. “El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. No busquéis destacar ante Dios con criterios humanos, con envidias y descalificaciones, llenos de amargura y sentimientos retorcidos. Buscad la sencillez (no vuestra comodidad). ¡Acoged a los niños! Pues de los que son como ellos es el reino de los Cielos.
Víctor Chacón Huertas, CSsR 

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