Domingo XXVI del T. O. (30 de septiembre de 2012)
“¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta!”
Variadas y valiosas son las enseñanzas que este domingo nos presenta la Palabra de Dios. Una vez más su palabra sincera e incisiva -como espada afilada- llega a lo profundo de nuestro corazón y nos deja “heridos”, marcados en nuestra pasividad e inercia de cada día. Nos saca del ostracismo para ponernos frente a una mirada más amplia y más profunda. Percibo tres ideas fundamentales en las lecturas:
1. Es el Espíritu de Dios el que obra en nosotros, el que movió a los profetas a hablar, el que se posó sobre los 70 ancianos… y el que viene a nosotros hoy. Así lo recoge el libro de los Números. Sobran protagonismos humanos, sobran líderes violentos y autoritarios (aunque halaguen con la lengua); faltan testigos y creyentes que se dejen moldear por el Espíritu de Dios, que sean capaces de ponerse en sus manos y dejarse llevar confiando en su Palabra. “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” nos unimos a esta invocación de Moisés.
2. Persiste siempre el peligro de la cerrazón, de la no acogida. Los apóstoles –al igual que Josué- recelaban de los ajenos al grupo, a la comunidad: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”. Ya entonces existía el corporativismo y la competitividad. Somos comunidad cristiana, no somos una secta. Entre nosotros ha de tener cabida la pluralidad, y el que piensa diferente puede ser acogido, no podemos pretender cortar con un molde la gente que llega a nosotros… porque se trata de descubrir en los hermanos la imagen de Dios, no de hacerlos a imagen nuestra (que es bastante más pobretona, dicho sea de paso). Por eso Jesús les reprendió enérgicamente: “No se lo impidáis… El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. No somos “los mejores” simplemente, ni somos “salvadores” de nadie ni de nada; sólo Dios salva, y esto a veces se nos olvida. Estamos invitados a acoger y a descubrir su obra, su huella, que está más allá de lo que ya conocemos y sabemos –pues a Dios nunca lo abarcamos-.
3. “Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo…” Suena duro, ¿verdad? Y lo es. Pero también es bastante razonable. Nos hemos acostumbrado demasiado a convivir con el mal, a tolerar la atrocidad, a hacer chistes burlones en los que podemos reírnos de todo y relativizar cualquier situación o abuso. Y así nos va. Tendemos demasiado a autojustificarnos, a no ser capaces de afrontar nuestros problemas, defectos y pecados, porque no los reconocemos, no les ponemos nombre. Y no hay peor enemigo que aquel que no tiene rostro ni nombre. Por eso, ahora sí, “si tu mano te hace caer, córtatela”, por tu bien y el ajeno. Hay ciertas podas en nuestras vidas que se hacen necesarias, dinámicas que hemos de romper porque no nos llevan a ser felices ni a ser mejores personas. Como dice la conocida campaña de tráfico: “¡Ponle freno!” A eso que tú sabes. Y si necesitas ayuda ¡pídela! Seguro que encuentras a algún profeta y que el Espíritu de Dios no te abandonará. Déjate guiar.
Víctor Chacón Huertas, CSsR
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