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PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS.
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domingo, 21 de octubre de 2012

REFLEXIÓN A LA PALABRA, DOMINGO 21/10/2012

“Amar hasta que duela”
Es una frase de la Beata Madre Teresa de Calcuta. Ella decía que había que amar hasta que doliese, no había que pararse en la atracción o en el “gustirrinín” de quien nos devuelve su afecto, era preciso llegar al dolor para probar ese amor. ¡Y qué mal nos suena hoy la palabra “dolor”! En la sociedad del bienestar, de la
comodidad, el dolor no tiene cabida; no tiene sentido, es algo inconcebible. Y sin embargo, es algo profundamente humano, que va con nosotros; forzosamente ligado a nuestro ser precarios, limitados, finitos. El dolor y la enfermedad nos recuerdan que no somos dioses inmortales de la antigua Grecia, que el mundo –como decía S. Agustín- no es nuestra patria definitiva (“Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón no descansa tranquilo hasta que descanse en ti”).

Una cosa queda clara, nos guste o no, hemos de lidiar con el dolor. Aún así, entendamos bien la terrible frase que Isaías nos deja hoy: “El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento”. Es demoledora, y mal entendida puede causar estragos y alimentar la falsa imagen de un dios sanguinario y cruel. En realidad, el profeta está hablando del Siervo de Yahvé, del hombre justo y santo que salvará al pueblo de Israel de una manera silenciosa y casi escondida: sufrirá en su lugar, llevará su peso, recibirá el castigo que ellos merecían. Este Siervo de Yahvé será identificado en el Evangelio con Jesucristo, el Hijo de Dios. Con lo cual, Dios no “tritura” a nadie con sufrimientos sino que él mismo se dispone a sufrir y “triturarse” en nuestro lugar.

Nos dice Hebreos: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse en nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado”. ¡Este es el verdadero escándalo del cristianismo: un Dios que sufre, que se compadece, que siente como nosotros! El resto son naderías en comparación a esa afirmación que nunca jamás se había atrevido a hacer nadie. No tenemos un Dios indiferente al sufrimiento, lejano, distante, inaccesible… el nuestro es el Dios de la Misericordia. Como nos dice el Salmo 32: “su misericordia llena la tierra. Y sus ojos están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia. Que tu misericordia Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”.

Sin embargo, los Zebedeos, Santiago y Juan, parecen no haber entendido nada de eso aún. No invocan la misericordia de Dios, sino su poder –el ocupar un puesto a su derecha e izquierda-. No han comprendido aún que la misericordia es el verdadero poder de Dios. Por eso Jesús, con una paciencia divina les va guiando: ¿sois capaces de beber mi cáliz? ¿y de recibir mi bautismo? Aún ellos no entienden que no hay puesto de honor junto a Dios, que el puesto de honor lo da el grado de sufrimiento –de amor- que se esté dispuesto a asumir. Y les dio, por fin, la clave: “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. ¿A ver quién es el listo que se pelea ahora por ser el primero? No hay servicio sin sacrificio, no hay amor sin entrega y sin dolor. Bueno, en el cine sí lo hay, pero no es de verdad. Sobra gente que vea sucio el suelo y se quejen de lo mal que está, falta quien en silencio coja una escoba y lo barra. A servir desde abajo se ha dicho. Lo demás es palabrería y discursos electorales. Lo cristiano es amar hasta que duela, servir aunque me desagrade y vencer mis escrúpulos y mi orgullo.

Víctor Chacón Huertas, CSsR

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