Conocemos esta
realidad y no nos deja impasibles. Nos duele porque interpela directamente a
nuestra conciencia y afecta a nuestra dignidad. Y respondemos con solidaridad a
las recurrentes llamadas de emergencia que Cáritas y otras ONGD nos hacen para
responder a situaciones de catástrofe, guerras y hambrunas. Sin embargo, a la
vista de los hechos y de lo poco que hemos avanzado en la erradicación del
hambre en el mundo, nuestra ayuda económica es imprescindible pero también
claramente insuficiente. ¿Qué más podemos hacer para erradicar la pobreza
extrema y el hambre en el mundo?
Responsabilidad de los cristianos.
Los cristianos
tenemos una grave responsabilidad en esta situación. Es preciso,
imprescindible, que convirtamos la erradicación de la pobreza extrema y el
hambre en una cuestión de primer orden entre las inquietudes de nuestra
sociedad.
Los que pedimos diariamente a un
Dios padre por nuestro pan de cada día desde la abundancia, debemos pedir
diariamente perdón por la ofensa del hambre en el mundo y responsabilizarnos de
nuestros hermanos que la padecen.
En nuestras
manos está revertir la marcha de los acontecimientos y lograr que gobiernos,
organismos internacionales, empresas transnacionales y sociedad civil pongan
todos los medios a su alcance para erradicar de una vez por todas la lacra del
hambre y asegurar así un nivel de vida digno a todos los habitantes del
planeta. Adoptando un compromiso decisivo, firme y unánime por la erradicación
de la pobreza extrema y el hambre estaremos siendo auténticos testigos del Dios
encarnado que se identifica íntimamente con los empobrecidos.
¿Qué hacer con la que está cayendo?
Cuando nos
hablan diariamente de que no hay recursos, de recortes, de posponer la
cooperación internacional para otro momento porque aquí tenemos problemas
graves, el magisterio de la Iglesia
es claro en decir que hay recursos para todos y en defender la redistribución y
el destino universal de los bienes. Lo primero que podemos hacer es no dar por
buenos los drásticos recortes que nuestros gobernantes están haciendo en ayuda
oficial al desarrollo, incumpliendo sus compromisos. ¿Podemos posponer la lucha
contra el hambre o la reducción de la mortalidad infantil? ¿No son ya una
prioridad? Los agentes de Cáritas tenemos una posición
privilegiada en este momento, porque estando aquí con las víctimas de la crisis,
seguimos estando allí con los que siempre han estado en crisis.
¿Y nosotros? Es
urgente nuestra reacción y creatividad en los cambios personales, comunitarios
y sociales. Estamos ante una ocasión excepcional para discernir y proyectar de
un modo nuevo. Es ahora el momento en nuestras vidas de adquirir nuevos hábitos
más coherentes, sencillos y comprometidos. Es el momento de la economía
solidaria, la banca ética, el comercio justo, el consumo austero y responsable.
Ahora es el momento de explicitar nuestra preocupación por la vida de esos
1.000 millones de personas. Y estos compromisos los debemos llevar también a
nuestras comunidades parroquiales y recrear así signos de comunión fraterna y
de unidad de la familia humana. La dimensión universal de la caridad nos
concierne a todos y lo que no hagamos nosotros, no lo hará nadie. Y debemos
generar opinión pública. Una comunidad sensibilizada y concienciada es capaz de
salir a sensibilizar y movilizar a la sociedad mediante vigilias, cadenas
humanas y otras manifestaciones públicas. En la lucha contra la pobreza tenemos
que sumarnos a Manos Unidas y a otras instancias de la parroquia como catequesis,
matrimonios o juniors, a congregaciones, movimientos,… y también a
organizaciones sociales, a otras ongd y asociaciones civiles. Lejos de
renunciar a nuestra identidad estaremos siendo testigos del evangelio y
sembradores de esperanza.
Se abre ante
nosotros un camino ilusionante, el anhelo de dar vida y dignidad a los
predilectos del Padre.
Alfredo Marhuenda.
Programa de
Cooperación Internacional de Cáritas Diocesana de Valencia.
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