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PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS.
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martes, 7 de mayo de 2013

EL PODER DE LA MIRADA



Relato:

EL PODER DE LA MIRADA



Mientras desayunaba, un hombre leyó una noticia del periódico que hablaba sobre la cantidad de personas que pasaban hambre en el mundo, y se dijo:
    ¿Dónde está Dios para ayudarles? — Y luego continuó su vida con toda normalidad.

A medio día vio en el telediario que hablaban sobre la gente que sufría y moría en el mundo por culpa de la pobreza y la injusticia, y se dijo:
    ¿Dónde está Dios para ayudarles? — Y luego continuó su vida con toda normalidad.

Por la tarde, mientras iba en el coche a su trabajo, vio a un mendigo dormir entre cartones en el suelo de la acera, y se dijo:
    ¿Dónde está Dios para ayudarles? — Y luego continuó su vida con toda normalidad.

Por la noche, cuando llegó a casa, vino abatido, cabizbajo y derrotado porque había perdido su trabajo, y se dijo:
    ¿Dónde está Dios para ayudarme? — Y su vida ya no continuó con toda normalidad.

Se llenó de tristeza y desesperación mientras se repetía: ¿Dónde está Dios para ayudarme?

Esa noche Dios le visitó en sueños para responder a su insistente pregunta. Llevaba bajo el brazo algo parecido a un album de fotos. Se lo entregó al hombre, que sorprendido, vio cómo allí estaban las fotografías de todos los momentos más importantes de su vida. Y en ellos siempre aparecía Dios retratado a su lado: cuando nació, cuando aprendió a andar, cuando dijo la primera palabra, cuando celebró su primer cumpleaños, cuando aprendió a ir en bicicleta, y así cada momento de su vida.

En todos ellos Dios estaba siempre a su lado aunque él no le viera. Pero se fijó que en los momentos más difíciles de su vida, en sus fotos más tristes y dolorosas, cuando murió su padre, cuando le traicionó su mejor amigo, cuando estuvo gravemente enfermo, o ahora que estaba sin trabajo, Dios no aparecía retratado a su lado; aparecía él solo en las fotografías.

Entonces le preguntó a Dios porqué le había dejado solo en los momentos en que más necesitaba de su ayuda. A lo que Dios le respondió:
    Fíjate bien en las fotos en que dices que estás solo... ¿No me ves?

Pero él, por mucho que se fijaba y remiraba, no le veía en ninguna de ellas. Y Dios le dijo:

    ¡Qué poco me conoces! Si me conocieras de verdad reconocerías mi mirada, mis ojos reflejados en tus propios ojos de las fotografías. Yo estaba dentro de ti. Siempre he estado en ti en los momentos más difíciles de tu vida para darte fuerza y ánimo, para darte compañía y consuelo, para que miraras la vida con mis propios ojos, con esperanza... Pero pocos saben descubrirme dentro de ellos. Yo siempre estoy dentro de los que sufren y lo pasan mal. Por eso quiero decirte ahora algo muy importante...

En ese momento el hombre despertó de su sueño sin saber lo que Dios le quería decir. Estaba confundido; no sabía qué pensar... ¿Había sido todo realmente un sueño?

Sonó el teléfono de la habitación. Era su mejor amigo. Se había enterado de que había perdido el trabajo. Le dijo que tenía a un conocido que necesitaba contratar a alguien para su empresa. Si estaba interesado podía ir por la mañana a entrevistarse con él.

Así lo hizo. De camino a la entrevista se cruzó con un mendigo que le pidió fuego. En lugar de pasar de largo como hacía todos los días, se paró y le encendió el cigarro..., y por primera vez le miró a los ojos...

Al ver su mirada quedó estremecido y conmovido. Allí, en lo profundo de aquellos ojos, en el fondo de sus pupilas, estaba Dios escondido... Y en ese mismo instante, unas palabras misteriosas y silenciosas empezaron a resonar en lo más íntimo de su corazón. Decían así:
    Te he hecho a ti para que ayudes a los que sufren, y he hecho a los demás para que te ayuden a ti cuando lo necesites. No lo olvides... y confía siempre en mí.

Desde aquél día, aquel hombre dejó de preguntarse:
    ¿Dónde está Dios para ayudarles?





Ideas para la reflexión

“… con los ojos de Dios…”

Nuestro Dios no es imparcial; tiene entrañas de amor y se conmueve ante la pobreza y el sufrimiento humano. Es un Dios que “escucha”: “El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libre a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que va desnudo” (Is 58,6). 

Es un Dios que reivindica el derecho de los marginados y afirma que la tierra es de todos y todos tienen derecho por igual a disfrutarla. Dios toma la iniciativa. “He visto la aflicción de mi pueblo”(Ex 3,7) “Cuando coseches la mies de nuestra tierra, no siegues hasta el mismo orillo; lo dejarás para el pobre” (Lv 19,9) “Se lo darás y no se entristecerá tú corazón, que por esta acción te bendecirá el Señor, tu Dios” (Dt 15,10).

 Dios escucha al pobre y protege al que le cuida. “Dichoso el que cuida del débil y el pobre. El día de la desgracia el Señor lo liberará” (Sal 41,2). Dios cuida de los pobres “Por la mejilla de Dios corren las lágrimas de los pobres”.

Dios se identifica con los pobres; “Quien oprime al pobre ultraja a su Creador; quien se apiada del indigente le da gloria” (Pro 14,31). El Dios de los humildes, defensor de los pequeños, que hace justicia a los oprimidos. Es un Dios que asume la causa y el lugar social del pobre. Este proceso de identificación con el pobre llega a su máximo grado en Jesucristo. “El Verbo se hizo carne y puso su tienda entre nosotros” (Jn 1,14). El Hijo es la Buena Nueva para los pobres.

Un Dios que tiene una mirada compasiva y misericordiosa, una mirada que reconoce a la persona en su dignidad y en su condición de sujeto activo y protagonista. Somos criaturas de Dios, creados a su imagen y semejanza, y en esa experiencia radica el sentido más profundo de nuestra dignidad. Por consiguiente, todas las personas y cada una de ellas son un fin en sí mismas y nada está por encima de esa condición.

Mirar con los ojos de Dios significa respetar con máximo cuidado la libertad y la dignidad de las personas que acuden a nosotros en demanda de ayuda. Entrar descalzos y de puntillas en sus vidas, intentando satisfacer las exigencias de la justicia para no ofrecer como don de caridad aquello que es debido a título de justicia.

Mirar con los ojos de Dios es saber que lo que le sucede al otro, “mi hermano”, tiene que ver con nosotros, porque tenemos la responsabilidad de “cuidarlo”. Yavhe dijo entonces a Caín ¿dónde está tú hermano Abel? Contestó: No sé, ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano? Replicó Yavhe: ¿qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo (Gn 4, 9-10) El pobre para nosotros, no puede ser un dato sociológico o el objeto de nuestra acción caritativa y social: es lugar teológico donde Dios se hace presente.








“… desde el lugar del pobre.”

El último punto que nos quedaría por abordar, para entender esto de la pobreza, del grito del pobre, es el de ponerse en su lugar. Para nosotros, que más o menos las cosas nos van bien, puede resultar complicado ver, comprender, sentir, desde el pobre (por mucho que trabajemos la empatía…) Sólo si somos capaces de sentir en nosotros la misericordia de Dios Padre, nuestra “mirada” empieza a cambiar.

La experiencia de la exclusión, la contemplación del límite de lo humano, nos muestra las heridas de nuestro propio corazón; todo empieza por descubrir que lo que les ocurre a ellos, también me ocurre a mí, los pobres mienten, igual que yo, se escaquean de los esfuerzos, igual que yo, agreden como respuesta a sus propios miedos, igual que yo y en el fondo no hay nada que nos diferencie tanto… No soy mejor que aquellos a los que la vida ha colocado en un lugar tan diferente, hay que aprender a salpicarnos de barro, a asumir que la contradicción forme parte de tu vida, a no juzgar, a que tenemos un corazón herido como el suyo, a intentar ser cada día un poco más humilde.

Reconocer que yo también soy pobre, vasija en manos del creador, es reconocer nuestra falta de coherencia, nuestros prejuicios, las propias limitaciones, nuestros fracasos, miedos, angustias, impotencia, en definitiva reconocer nuestra fragilidad y reconocerme amado por el Padre que sale a mi encuentro, para ponerme de nuevo el “mejor traje”, el de Hijo (Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Pero el Padre dijo a sus siervos; traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en sus manos y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado y matadlo y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado. Y comenzaron la fiesta. Lc 15, 21-24).

Desde esa experiencia de sentir la ternura del Padre, es cuando se produce una vuelta al prójimo, y desde el perdón de las ofensas y  las deudas se abre un amplísimo campo de trabajo para transformar las deudas en  perdón, las ofensas en abrazo, el hambre en pan, la violencia en paz…

Autor: Pepe Real (responsable formación Cáritas Diocesana de Valencia)

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