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PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS.
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martes, 12 de junio de 2012

1.000 MILLONES DE PERSONAS ESPERAN NUESTRA ACCIÓN


        1.000 millones de personas. Este es el número de hermanos y hermanas nuestros que padecen hambre crónica hoy en día. 1 de cada 7 habitantes del planeta tierra. Desde 1970 no hemos sabido no ya erradicar el hambre, sino ni siquiera reducir el número de hambrientos. Haber permitido durante 4 décadas esta situación supone una auténtica sangría en la humanidad porque, digámoslo abiertamente, la pobreza extrema en el mundo mata. Hambre crónica es desnutrición severa, lo que supone sufrimiento prolongado y muerte. Otros 2.000 millones de personas sufren deficiencias graves de nutrientes en su alimentación, lo que les impide un desarrollo adecuado; Anemia, carencia de yodo, deficiencias de vitamina A,...

Conocemos esta realidad y no nos deja impasibles. Nos duele porque interpela directamente a nuestra conciencia y afecta a nuestra dignidad. Y respondemos con solidaridad a las recurrentes llamadas de emergencia que Cáritas y otras ONGD nos hacen para responder a situaciones de catástrofe, guerras y hambrunas. Sin embargo, a la vista de los hechos y de lo poco que hemos avanzado en la erradicación del hambre en el mundo, nuestra ayuda económica es imprescindible pero también claramente insuficiente. ¿Qué más podemos hacer para erradicar la pobreza extrema y el hambre en el mundo?

Responsabilidad de los cristianos.
Los cristianos tenemos una grave responsabilidad en esta situación. Es preciso, imprescindible, que convirtamos la erradicación de la pobreza extrema y el hambre en una cuestión de primer orden entre las inquietudes de nuestra sociedad.
Los que pedimos diariamente a un Dios padre por nuestro pan de cada día desde la abundancia, debemos pedir diariamente perdón por la ofensa del hambre en el mundo y responsabilizarnos de nuestros hermanos que la padecen. 

En nuestras manos está revertir la marcha de los acontecimientos y lograr que gobiernos, organismos internacionales, empresas transnacionales y sociedad civil pongan todos los medios a su alcance para erradicar de una vez por todas la lacra del hambre y asegurar así un nivel de vida digno a todos los habitantes del planeta. Adoptando un compromiso decisivo, firme y unánime por la erradicación de la pobreza extrema y el hambre estaremos siendo auténticos testigos del Dios encarnado que se identifica íntimamente con los empobrecidos.

¿Qué hacer con la que está cayendo?
Cuando nos hablan diariamente de que no hay recursos, de recortes, de posponer la cooperación internacional para otro momento porque aquí tenemos problemas graves, el magisterio de la Iglesia es claro en decir que hay recursos para todos y en defender la redistribución y el destino universal de los bienes. Lo primero que podemos hacer es no dar por buenos los drásticos recortes que nuestros gobernantes están haciendo en ayuda oficial al desarrollo, incumpliendo sus compromisos. ¿Podemos posponer la lucha contra el hambre o la reducción de la mortalidad infantil? ¿No son ya una prioridad? Los agentes de Cáritas tenemos una posición privilegiada en este momento, porque estando aquí con las víctimas de la crisis, seguimos estando allí con los que siempre han estado en crisis.

¿Y nosotros? Es urgente nuestra reacción y creatividad en los cambios personales, comunitarios y sociales. Estamos ante una ocasión excepcional para discernir y proyectar de un modo nuevo. Es ahora el momento en nuestras vidas de adquirir nuevos hábitos más coherentes, sencillos y comprometidos. Es el momento de la economía solidaria, la banca ética, el comercio justo, el consumo austero y responsable. Ahora es el momento de explicitar nuestra preocupación por la vida de esos 1.000 millones de personas. Y estos compromisos los debemos llevar también a nuestras comunidades parroquiales y recrear así signos de comunión fraterna y de unidad de la familia humana. La dimensión universal de la caridad nos concierne a todos y lo que no hagamos nosotros, no lo hará nadie. Y debemos generar opinión pública. Una comunidad sensibilizada y concienciada es capaz de salir a sensibilizar y movilizar a la sociedad mediante vigilias, cadenas humanas y otras manifestaciones públicas. En la lucha contra la pobreza tenemos que sumarnos a Manos Unidas y a otras instancias de la parroquia como catequesis, matrimonios o juniors, a congregaciones, movimientos,… y también a organizaciones sociales, a otras ongd y asociaciones civiles. Lejos de renunciar a nuestra identidad estaremos siendo testigos del evangelio y sembradores de esperanza.

Se abre ante nosotros un camino ilusionante, el anhelo de dar vida y dignidad a los predilectos del Padre.

Alfredo Marhuenda.
Programa de Cooperación Internacional de Cáritas Diocesana de Valencia.


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