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PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS.
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viernes, 16 de septiembre de 2011

Domingo 18 de septiembre de 2011, 25 del Tiempo Ordinario


Lecturas:
Is 55,6-9: Sus caminos no son mis caminos
Salmo responsorial 144: Cerca está el Señor de los que le invocan
Flp 1,20c-24.27a: Para mí la vida es Cristo
Mt 20,1-16: ¿Vas tener tú envidia porque soy bueno?

La gracia y la misericordia de Dios se contrapone a la mentalidad religiosa judía de los tiempos de Jesús. Frente a la teología del mérito del sistema religioso se opone la teología de la gracia predicada por Jesús. Desde esta perspectiva, la salvación no se alcanza solamente por méritos propios sino por la misericordia de Dios que nos la concede a pesar de que no la merezcamos.
El texto del segundo Isaías centra su actividad profética en el tema de la consolación del pueblo desterrado. Pero el destierro fue por la desobediencia del pueblo y de sus dirigentes que se apartaron de Dios y quebrantaron la alianza. Sin embargo, Dios no abandona a su pueblo. Si el pueblo es infiel a la alianza, Dios permanece siempre fiel. Los caminos del Señor son muy distintos de los caminos humanos. El profeta insiste en la invitación a buscar al Señor. Hace un llamado a la conversión y al arrepentimiento porque Dios es Clemente y misericordioso y siempre está dispuesto al perdón. Los planes de Dios no son tan limitados y mezquinos como los de nosotros.
Pablo, en la carta a los Filipenses, plantea una seria disyuntiva: o morir para estar con Cristo o quedarse en medio de ellos para ayudarles en sus dificultades. Pablo, prisionero por Cristo, presiente que sus días ya están llegando a su fin. Perseguido, calumniado, encarcelado, azotado y despreciado de muchos ha vivido en su propia persona la pasión de su Señor. Consecuente con su predicación, si se ha esforzado por vivir el evangelio de Jesús, entonces es normal que corra la misma suerte que su maestro. Pero también tiene la plena convicción de participar de la gloria de la resurrección. Tanto su vida como su muerte está en función de Cristo.
Si está vivo es para seguir anunciando el evangelio, si muere es para entrar en la plena comunión de los justificados por El. Así las cosas, Pablo siente que su misión ha llegado a su fin. Como Jesús, puede decir todo está cumplido. Pero a Pablo le queda la gran preocupación de la fragilidad de las comunidades, cuya fe está fuertemente amenazada por el ambiente cultural y religioso de las colonias del Imperio.
En la parábola de los trabajadores descontentos con la paga se refleja el modo de actuar de Dios contrario a nuestra mentalidad utilitarista. El contexto de la parábola debió se la controversia de Jesús con las autoridades judías por su continua relación con personas de dudosa reputación como publicados, pecadores, enfermos, niños, paganos y mujeres. Precisamente aquellos que estaba considerados impuros y, por tanto, excluidos del círculo de santidad.
Pero en el contexto de la comunidad mateana se percibe el conflicto producido entre los judeocristianos y paganos cristianos que confluyen en la misma comunidad. Era inaceptable que los recién conversos tuvieran el mismo trato de los que han pertenecido desde tiempos antiguos al pueblo elegido. Es claro que el encuentro entre judaísmo y cristianismo en el seno de una misma comunidad resultó bastante complicado. Así lo manifiestan otros escritos del nuevo testamento como la carta a los gálatas.
La parábola, narrada por Jesús, parte de un hecho real. El propietario representa a los terratenientes que a base de aranceles habían quitado las tierras a los campesinos. Así mismo, los desocupados eran los que lo habían perdido todo y se alquilaban por cualquier cosa para poder vivir. Por supuesto que había quienes siempre eran clientes fijos del propietario, es decir, aquellos a quienes siempre se les contrataba, y estaban los que iban apareciendo a última hora. La clave de la parábola no está en la actitud equitativa del patrón, pues el podría pagar como quisiera. Lo que llamó la atención a los oyentes es que haya preferido a los que no eran sus trabajadores (los de la última hora) sobre los que si lo eran (los de la primera hora). Situación incomprensible desde todo punto de vista.
El sistema religioso del tiempo de Jesús y de las primeras comunidades centraba la práctica religiosa en el mérito y la paga. La salvación se había convertido en un mercado de compra y venta. Jesús cuestiona a fondo esta mentalidad que tanto mal le ha hecho al pueblo. La salvación es don gratuito de Dios. Y la gracia tiene que ver con el amor misericordioso. Dios no maneja nuestros esquemas contables interesados y lucrativos. Para Dios, tanto los primeros como los últimos son objeto de su inmenso amor y misericordia.
Hoy tenemos que superar todo espíritu de competencia y codicia. Tenemos que superar sobre todo el «exclusivismo» que todavía late en el subconsciente cristiano: ya no lo decimos ni lo sostenemos, pero muchos lo siguen pensando: nosotros, nuestra religión, sería la única verdadera, y por tanto la superior, la definitiva, la insuperable, aquella a la que las demás religiones (¡y culturas!) deberán confluir…
Si ya muchos han abandonado aquella visión veterotestamentaria de que «las naciones y los pueblos vendrán a adorar a Dios en Sión» -porque sociológicamente ya no parece previsible ni viable que el mundo vaya un día a ser todo él cristiano-, no dejamos de tener esa conciencia de «exclusivismo» cuando nuestras autoridades y jerarquías condenan autoritariamente y sin diálogo alguno opiniones sociales, criterios éticos, que se dan en distintas sociedades, apoyados en el convencimiento de que nuestra verdad es incuestionablemente superior a la de los demás, por principio, y que tendríamos derecho a imponerla en la sociedad (laica, aconfesional) sin necesidad siquiera de dialogar y convencer a la población… Es una actitud de complejo de superioridad que no tiene ninguna justificación.
La apertura a todos, el reconocimiento sincero de que no tenemos un «gratuito e inmerecido derecho de primogenitura», que no somos «los (únicos) elegidos», que los que hemos considerado tradicionalmente «últimos» (o en todo caso, posteriores a nosotros) no lo son, que Dios es «gratuito» y sin favoritismos… son asignaturas pendientes todavía para las Iglesias cristianas…
No cabe duda de que aceptar en profundidad el mensaje evangélico de hoy de que «los primeros serán los últimos», nos exige un cambio de mentalidad a fondo. También el pluralismo religioso y el diálogo intercultural hay que elencarlos entre esos grandes desafíos generados por el descubrimiento más profundo de la «gratuidad de Dios» que la parábola del evangelio de hoy vuelve a poner ante nuestros ojos.

Para la revisión de vida
¿Pienso que “tengo méritos” ante Dios? ¿Pienso que formo parte de «el pueblo elegido»? ¿O pienso en el fondo de mi corazón que tengo la ventaja de estar en una religión mejor (y que tengo a Dios «más de mi parte») que esos otros pueblos y civilizaciones no cristianos?
¿Me alegro de la santidad de los demás? ¿Puedo rezar aquella oración del cardenal Mercier, que venía a decir: “Señor, haz a los demás más santos que yo, con tal de que yo sea todo lo santo que Tú quieres que sea”?
¿Soy de las personas que tienen una vida sometida a la mercantilización? ¿Qué proporción de mi vida es actividad gratuita?

Para la reunión de grupo
 - Hubo clásicamente una espiritualidad –que subsistió hasta no hace mucho tiempo- muy centrada en los “méritos”: hacer méritos para conseguir la salvación, “aplicar los infinitos méritos de la misa”, rezar las oraciones con más “días de indulgencia”… ¿Qué pensamos hoy de los “méritos? ¿Existen los méritos? ¿Podrían ser cuantificables? ¿”Merecemos” ante Dios? ¿Sería “amor puro” aquél que trata de conseguir “méritos” y lleva cuenta contable de los mismos?
- El viejo catecismo distinguía entre dos formas de arrepentimiento o dolor de los pecados: la de “contrición” (motivada por el amor a Dios) y la de “atrición” (motivada por el temor al castigo merecido). ¿Se podría decir que, paralelamente, hay dos formas de amor, uno que ama a Dios por “puro amor” y otra que ama a Dios con la vista puesta en los “méritos para la salvación”? (Ejemplo del primer tipo de amor sería el del soneto atribuido a Santa Teresa, “No me mueve, mi Dios, para quererte…”). Comentar
- El influjo neoliberal, la actual exigencia de “competitividad”, hace que todo se calcule y se tase, que a todo se le ponga precio y costo. Ya no hay lugar para la colaboración gratuita, desinteresada, “por amor al arte”… ¿En qué observamos esto?
- “Para mí, la vida es Cristo”. ¿Es correcta cualquier lectura, cualquier interpretación de esta frase de san Pablo? ¿Puede haber formas de poner a Jesús en el centro que sean inadecuadas? ¿Qué es lo que Jon Sobrino llama la “absolutización personalista del cristianismo”, como una forma de reducir el cristianismo a la relación del fiel con la persona de Jesús, eliminando de esa relación la referencia al Reino predicado por Jesús? (Cfr por ejemplo, J. SOBRINO, Jesucristo liberador, UCA, San Salvador, cap. 1, apartado 2.3).

Para la oración de los fieles
- Por la Iglesia, para que trabaje siempre con toda su ilusión, con alegría y con todas sus fuerzas en la viña del Señor. Roguemos al Señor.
- Por los que nos proclamamos cristianos, para que tengamos presente que lo que nos debe caracterizar es el llegar a superar incluso la justicia, con el amor. Roguemos…
- Por todas las personas, para que el amor abra los corazones de los que viven ciegos por el egoísmo. Roguemos…
- Por los que sufren a causa de la constante violación de los derechos humanos, para que sean respetados, recuperen su dignidad y sus vidas se vean llenas de justicia y de amor. Roguemos…
- - Por todos nuestros seres queridos difuntos, para que gocen ya de la plenitud de la vida junto a Dios nuestro Padre. Roguemos…
- Por todos nosotros, para manifestemos el misterio del amor de Dios en nuestro amor al prójimo. Roguemos…

Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, Madre nuestra, que has puesto la plenitud de la Ley en el Amor a Ti y al prójimo; concédenos conocer, amar y cumplir tu voluntad para que tu Reino esté cada día más presente y palpable en medio de nuestro mundo. Por Jesucristo.

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